Claudio Bravo:
El niño prodigio
 
A Claudio Bravo, gran maestro del realismo le bastó un
lápiz y un papel para comenzar a ganarle a la vida.
El Sábado, por Francisco Aravena F., 30 de Julio de 2005
 
 
Cuentan que cuando Claudio Bravo tuvo su primer taller en casa, en la calle Condell, el joven prodigio pintó un gancho sobre una muralla blanca.

Y los pájaros llegaban a posarse sobre el gancho. El golpe en la muralla les avisaba del engaño.

Un aviso temprano de lo que era capaz de lograr el hijo pintor de los Bravo Camus, Claudito, ese que a la menor provocación comenzaba a dibujar. Ese cuyo padre, don Tomás, no quería ver convertido en artista porque no quería que se convirtiera en un muerto de hambre. Don Tomás moriría sin ver cuán lejos llegaría Claudio Bravo, el maestro del hiperrealismo que alcanzó fama y gloria en España antes de retirarse a pintar con la luz mediterránea y el calor de Marruecos, donde hoy vive entre dos mansiones ¬en Tánger y Marrakech¬, pintando obras que se han encumbrado sobre el millón de dólares en la subjetiva escala del valor comercial del arte.

Los pájaros se dieron cuenta de golpe. El resto del mundo se dio cuenta de manera más gradual, pero que comenzó temprano. Porque Bravo, el joven, dibujaba bien y lo dibujaba todo.

Parte de esa obra temprana ¬repartida en casas y colecciones particulares¬ está hoy por primera vez expuesta, en la muestra "Claudio Bravo, los años chilenos: 1951-1960", organizada por la Corporación Cultural de Las Condes, que se mantendrá abierta hasta el 18 de septiembre. En la colección destacan sobre todo los retratos: Bravo se interesó en pintar a muchas personas, y muchas personas se interesaron en que los pintara Bravo.

Como los grandes pintores renacentistas, Bravo es ante todo un virtuoso del lápiz. En chileno, "bueno para el dibujo". Aunque en algunas de sus obras tempranas se aprecia alguna búsqueda conceptual, las elaboraciones se instalarían más tarde en sus cuadros.

Con ese talento para dibujar comenzó a ganarse a la vida antes de ganar dinero. A ganarle a la vida. Bravo estudió en el internado del Colegio San Ignacio de Alonso de Ovalle ¬donde participó en cuanta actividad artística había¬ y él mismo dice que con sus dibujos logró un lugar inédito de privilegio. Si los dibujos valían oro, Bravo era un pequeño Midas.

"Cuando me iba mal en un ramo, como matemáticas, le hacía (al profesor) un retrato. Y con ese retrato me subía las notas. Y así me perdonaban todo", confesó Bravo en 1995 al cineasta Hugo Arévalo, quien lo entrevistó extensamente para su documental Claudio Bravo, la pupila del alma, que será proyectado junto con la exposición en Las Condes. En la cinta, Claudio Bravo repasa al detalle su vida y obra. "Comencé a ser un divo en el colegio por razones muy diferentes", agrega el pintor en la entrevista. "Tenía buena voz, y me pusieron en el coro, de solista. Y fui el único solista que había en el colegio durante el tiempo que estuve ahí. Ya era conocido, antes de ser pintor".

"Fui un niño mimado", admite Bravo en el documental. En ese colegio en el que era mimado encontró sus primeros modelos entre sus compañeros. A veces simplemente dibujaba la cabeza del compañero que tenía sentado al frente. Otras veces derechamente les pedía a sus modelos que posaran para él, como lo hizo muchas veces con su amigo Héctor Noguera, hoy reconocido actor, cuyo rostro juvenil es reconocible en varias de sus obras iniciales.

"Para mí era muy interesante posar", recuerda hoy Noguera. "Como me gustaba el teatro, mantener un gesto, una actitud, era hacer un personaje", comenta el actor. "A veces eran retratos, pero eran los menos. Muchas veces yo era un personaje, otro ser, me vestía de manera distinta, de arlequín, de guitarrista, de otros personajes. Había que escoger una pose, una actitud, un rostro. Para mí era muy entretenido. Era una experiencia muy bonita".

Al son de la música clásica, el joven Bravo trabajaba en silencio, concentrado.

En casa también buscaba modelos para pintar. A su "tía" Julia de la Presa, una amiga muy cercana de su madre, Laura Camus, le pidió muchas veces que posara. Pero ella nunca quiso. "Le dije que mejor pintara a mi hija mayor, la Eliana", explica hoy la señora Julia, quien recuerda la inquietud de su amiga por el futuro de su hijo. "Un día me dijo: 'Ay, Laura, estoy tan preocupada, porque Tomás no quiere por ningún motivo que este niño estudie pintura ¿Qué vamos a hacer?' Yo le dije: 'Pero, Laura, no tienen otra solución. Lo único que quiere es eso"', detalla Julia de la Presa. Y agrega que, queriendo darle ánimo a su amiga, le dijo una cosa más.

"¿Y cómo sabes si resulta ser un pintor famoso?"

Bravo convenció a Bravo por obra y gracia de un sacerdote. El mismo pintor recuerda en el documental la cadena de eventos: en el colegio, el padre Francisco Dussuel vio que lo que había hecho Claudio era bueno y fue donde Tomás Bravo para convencerlo de que el hijo tenía que tomar clases de pintura. Ante la negativa de don Tomás, Dussuel comenzó a pagar por su cuenta las lecciones de quien se convertiría en el gran maestro de Claudio Bravo, Miguel Venegas. Luego tomó algunos de los cuadros de Claudio, sin firmar, y se los llevó a Tomás. Y logró lo que quería: el padre le dijo al padre: "Si Claudio pintara así, por supuesto que lo apoyaría". Y el Padre Dussuel jugó su carta maestra: "Bueno, esto es de Claudio, y me debes tanta plata por el mes y medio de clases".

Las clases con Miguel Venegas le dieron a Claudio Bravo la única instrucción formal que tendría. Cuenta Bravo que como asistente de Venegas participó en el mural firmado por Fray Pedro Subercaseaux de la batalla de Maipú. Subercaseaux, por su edad, descansó mucho en el trabajo de Venegas. Y éste le encomendó a Bravo la tarea de dibujar y pintar algunos detalles del cuadro, como los caballos, animal que el joven prodigio conocía bien: había montado desde muy pequeño, en el campo donde vivió con su familia cerca de Melipilla.

Caballos también le dibujó a su amiga Carmen Verdugo, una de las hijas de la señora Julia de la Presa. Carmen y Claudio tenían la misma edad. Y, según confidencia Eliana Verdugo, su hermana, a Claudio le gustaba su amiga. Por eso le regaló algunos dibujos de caballos, que Carmen pegó en la cara interior de las puertas de su clóset. Luego se los regaló a una amiga. Y la amiga los perdió.

Eliana, en cambio, no perdió el retrato que Claudio hizo de ella, luego de la negativa de Julia de posar para el hijo de Laura. Eliana tenía 18 años cuando posó para el joven Bravo en su taller de calle Condell. Llevaba un traje a rayas que le gustó a Claudio. "Por eso salgo hasta las rodillas", explica Eliana. "No fui más de tres veces. Era como ir por la copucha, como ir a posar para un hermano", recuerda Eliana, quien era íntima amiga de las Bravo y sus hermanas. "Me hizo el retrato y no me gustó, porque encontré que yo salía como caballo", confiesa Eliana Verdugo. "Lo enrollé y lo guardé", dice. "Y cuando empezó a hacerse famoso lo saqué y lo empecé a estirar".

Los primeros aplausos para Bravo, los aplausos más formales que recibe un artista, llegaron con su primera exposición, a los 17 años. Por ese entonces, el joven prodigio ya se había integrado a la bohemia artística, salía de juerga a diario hasta las dos de la madrugada y se codeaba con artistas e intelectuales que conquistaban su atención. "Tenía la pasión del arte", comenta Bravo en la cinta de Hugo Arévalo. "Era un inocente chico que trasnochaba por avidez de la cultura". Entre sus amistades se contaban el poeta Luis Oyarzún y el pintor José de Rokha. Fue este último quien le organizó aquella primera exposición, en el Taller 14, de calle Tenderini (erróneamente, luego se ha reportado que la muestra tomó lugar en el "Salón 13"). A De Rokha, Bravo le regaló un dibujo atípico de esos años: uno que muestra personas sombrías, con rostros angustiados. Muy distinto a los retratos que se vendieron como pan caliente en la exposición de Tenderini.

"Fue un éxito brutal", según Bravo. Es decir, vendió todos sus cuadros. "Entre mis profesores del colegio y los amigos de mi papá me compraron todo", agrega en el documental.

No era fácil, con ese nivel de elogios, mantener el ego a raya. Y Bravo admite que él no hizo muchos esfuerzos. Dice que Venegas "me criticaba mucho mi carácter. El desprecio que tenía por los demás pintores. Los encontraba pésimos. Él me decía que yo era muy ególatra, que tenía una crueldad mental con los otros pintores chilenos". Con José de Rokha, sin embargo, entabló una amistad duradera, que retomarían en Europa. Patricia Tagle, la esposa de De Rokha, también pintora, cuenta que Bravo le devolvió la mano a su marido en Madrid, donde esta vez fue él quien le organizó la exposición a su amigo, en la Galería Fortuny.

En sus andanzas bohemias, Bravo trabó amistad con otro artista, Ernesto Steffens, y con él partió a otro centro de bohemia artística. Concepción sería su última escala en su capítulo chileno.

Cecilia Steffens, sobrina de Ernesto ¬quien falleció en Ibiza, cerca de diez años atrás¬ cuenta que Claudio Bravo pasó tres años en casa de la familia. Su abuela, María Eugenia Correa, la dueña de casa, era muy aficionada al arte y le dio a Claudio una pieza para vivir y un lugar donde instalar su taller. "Queríamos mucho a Claudio, era súper dije, muy fino, muy caballero", recuerda, "y nos chocó mucho que nunca más haya nombrado a mi familia". Cecilia tenía cerca de siete años cuando posó para Bravo. Regularmente, recuerda, ella se instalaba tras el pintor cuando estaba retratando a otras personas. Y no fueron pocas: muchas familias de sociedad quisieron retratarse con el joven pintor. Eso le ayudó a Bravo a juntar el dinero suficiente para dar el salto y embarcarse rumbo a París en el barco "Américo Vespucio".

Bravo comenta que después de un viaje de mareos, entró al Mediterráneo un día soleado y escoltado por delfines. Tan grandiosa le pareció la entrada que decidió no esperar por París. Se bajó en Barcelona y pronto se fue a Madrid, donde comenzó su camino de éxito económico, fama y gloria ¬en ese orden¬ como había comenzado en Chile: pintando retratos.

Es que era bueno para el dibujo. Y al final -como al principio- eso saca aplausos. Bravo.