Plausible trabajo el de la Corporación Cultural de Las Condes. Por primera vez se logra reunir y seleccionar la obra temprana de uno de nuestros artistas más conocidos internacionalmente. Comprende los años chilenos, 1951 a 1960, de Claudio Bravo. Con buen criterio se dejó de lado las copias de pintores famosos. En la presente exposición dominan, sin contrapeso, el dibujo y lo que por entonces su incipiente clientela le pedía: el retrato. Aunque su capacidad para captar el parecido de sus modelos se deja ver desde el comienzo, a lo largo del conjunto expuesto hay realizaciones con mayor vitalidad plástica y mayor proyección sicológica que otras. Desde luego tenemos aquellos dos carboncillos, con toques de pastel blanco, realizados a los quince años de edad y donde se representa su propia fisonomía y la de un compañero de colegio. En ellos resultan asombrosos la destreza desafiante de la línea y el efecto luminoso que le sirve para definir el volumen. Podemos decir que ya nos anuncian todo lo que vendrá después.