Se remonta exposición con primeras
obras del pintor Claudio Bravo
 
 
 
Corporación Cultural de Las Condes, 7 de Junio de 2011
 
 
 
La Corporación Cultural modifica su calendario y hace homenaje al maestro. La muestra de Benito Rebolledo Correa extiende su temporada hasta el 10 de julio, debido al éxito de público, y posteriormente, entre el 15 de julio y el 28 de agosto, se presentará "Claudio Bravo. Los años chilenos (1951-1960)".

Con motivo de la repentina muerte del pintor Claudio Bravo, la Corporación Cultural de Las Condes decidió modificar completamente su calendario de exposición y remontar la muestra "Claudio Bravo. Los años chilenos 1951-1960", una selección de alrededor de 80 dibujos y pinturas, correspondientes a la primera etapa de Claudio Bravo, cuando aún vivía en Chile, que se exhibió en la comuna en el año 2005.
La exposición -que da a conocer una faceta distinta de uno de los pintores chilenos más prestigiosos en el mundo entero, una verdadera leyenda por su retraído estilo de vida y exótico universo- se presentará entre el 15 de julio y el 28 de agosto, después de la exitosa muestra de Benito Rebolledo Correa, que extiende su temporada hasta el 10 de julio.

En la oportunidad, se exhibirá nuevamente el documental "Claudio Bravo, la pupila del alma", realizado por Hugo Arévalo, que recorre la vida y trayectoria de Claudio Bravo, y cuenta con el testimonio personal del artista, quien habla de su relación con el arte y la belleza. Las imágenes están captadas en Chile y en Marruecos.

La idea de la Corporación Cultural de Las Condes fue rescatar la primera etapa del pintor en Chile, antes que partiera a Europa en 1961, y conectar a este gran artista con su tierra. Hoy, seis años después de esa gran exposición, la corporación quiere rendirle un homenaje. Son especialmente dibujos y algunas pinturas, todas obras realizadas en Concepción y Santiago. Muchas de ellas corresponden a un Bravo de 15 años de edad, cuando aún estaba en el colegio. Sin embargo, la maestría en el dibujo es innegable y ya da luces del connotado artista en que se transformó.

Radicado en Marruecos desde la década del 70, la obra de Claudio Bravo es conocida en los cinco continentes y se ubica entre las que han alcanzado un mayor precio en el mercado internacional. Sin embargo, no fue sino hasta 1994 que el público local pudo apreciar en directo la maestría del pintor en la exposición que se llevó a cabo ese año en la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes, y que hasta el momento ha sido una de las más vistas en la historia de las exposiciones en Chile, con 180 mil espectadores, sólo superada por "De Cézanne a Miró", en 1968 (220.000 personas). Miles de personas se agolpaban cada día para admirar la destreza de Bravo y entender por qué es considerado uno de los pintores más renombrados del mundo. Desde entonces Bravo pertenece al imaginario local y aunque no se puedan contemplar sus últimas creaciones sino sólo a través de fotografías, el artista despierta un interés inusual que traspasa barreras sociales y culturales.

Si bien es cierto que su pintura sorprende por su factura, es en el dibujo donde residen sus mayores fortalezas y por sobre todo en el tratamiento de la figura humana, donde su destreza alcanza la perfección. Fueron justamente sus dibujos los que le abrieron la puerta al tremendo éxito que ostenta hoy.

Han pasado cuatro décadas desde que Bravo dejó nuestro país para siempre, sin embargo de una u otra manera ha mantenido el contacto con Chile. Sus dibujos de adolescente y otros realizados después se encuentran celosamente guardados en muchas colecciones privadas y nunca han salido a la luz pública.

Pintor desde siempre

Claudio Bravo nació en 1936 en Valparaíso. Fue el segundo entre siete hermanos y creció en un entorno familiar tranquilo y protegido por el carácter recto y serio de su padre, Tomás Bravo Santibáñez y la tierna dedicación de su madre, Laura Camus Gómez. Estudió en el Colegio San Ignacio de Santiago. Según señala la periodista Sonia Quintana en el catálogo, "no sólo llamó la atención de sus profesores por su facilidad para dibujar, sino que fue celebrado como solista en el coro y activo participante en las academias literaria, de música y de teatro en las que dejó la huella de sus prometedoras capacidades...".

En 1951 el profesor de castellano Alfredo Peña organizó un grupo teatral y Claudio Bravo, junto a Héctor Noguera, Adolfo Couve, Salvador Villanueva, Jorge Cox y Ricardo Bezanilla fueron los participantes más entusiastas. Se montó "Cumbres de fe" y al año siguiente, Claudio Bravo hizo el maquillaje y la escenografía de la adaptación de "Tom Playfair", de Francisco Finn.

Interno en el colegio, regresaba los fines de semana al fundo familiar en Melipilla, donde se dedicaba a pintar, montar a caballo y nadar, sus grandes pasiones. "Para mí la felicidad es estar pintando un cuadro que me apasiona y que me tiene concentrado y entretenido. No sé vivir sin la pintura". Para Sonia Quintana, "pareciera que ese consagrado realista que es ahora, ese creador de mundos inventados, de ordenador perfeccionista que no soporta el caos, ya se manifestaba en esos años, puesto que su mayor empeño lo ponía en generar una realidad a su medida suprimiendo toda amenaza que pudiera alterar su intuitiva búsqueda de la armonía".

Gracias al Padre Prefecto Francisco Dussuel, tomó clases con el maestro Miguel Venegas Cifuentes, con quien estableció una relación de profundo afecto. "Fuiste el primero que me enseñó de los aceites, los colores y los aguarrases", le escribía desde Europa cuando ya había conquistado reconocimiento y fama.

"El retrato se me daba muy bien"

A los 17 años inauguró su primera exposición individual y rápidamente vendió todos sus cuadros. A los 19 repitió la hazaña. "A partir de ese momento la obra de Claudio Bravo empezó a ser aplaudida por el público, ignorada por la mayor parte de los pintores y discutida por la crítica, un fenómeno que se repetirá a través del tiempo. Para muchos su creación suscita reacciones opuestas equivalentes al amor o el odio. Indiferencia nunca", expresa Sonia Quintana.

Después de egresar del colegio, se dividió entre el trabajo de taller y las lecturas y diálogos encaminados a satisfacer su anhelo de ampliar sus conocimientos. Encontró orientación en compañía de intelectuales como Luis Oyarzún, filósofo, Benjamín Subercaseaux, escritor, y Luis Alberto Heiremans, dramaturgo. A los 21 años partió a Concepción y descubrió que "el retrato se me daba muy bien". Es así como dejó un importante registro de sus dibujos y pinturas a la sociedad penquista de la época.

A los 24 años se fue a Europa, primero pensando en París, pero finalmente se quedó en Madrid, donde rápidamente comenzó una glamorosa vida social y empezó a retratar a las más importantes personalidades de la época. Llegó a pintar más de 300 retratos en ocho años, incluyendo al Rey Juan Juan Carlos, a la Reina Sofía y a las Infantas.

En 1970 realiza una exposición en Nueva York, que obtiene muy buena crítica. Entonces, decide hacer un cambio radical y se radica en Tánger, Marruecos. La atmósfera es de una intensidad única. "El color, la luz, el paisaje, los olores y sonidos armonizan con su gente que, vestida con su típica túnica o chilaba, parece sacada de un pasaje bíblico. Esta realidad en la que conviven pasado y presente conforman un universo misterioso que incita fuertemente a la exploración. Es difícil imaginar un mejor escenario para el cambio de giro existencial de un artista", dice Sonia Quintana.

Su carrera, administrada por la internacionalmente reconocida Galería Marlboroug, de la que es artista exclusivo, junto con Botero o Tamayo, alcanza los más altos niveles de cotización en el mercado mundial. En 1994 se realiza la gran exposición en Chile, que se convierte en un fenómeno sociológico y coincide con el reencuentro del artista con su país: adquiere una propiedad en la Región de los Lagos y empieza a viajar anualmente, con el pincel en la mano, a recuperar sus raíces. Pero en el año 2000 vende sus tierras y se despide de Chile. En Marrakech restaura una antigua mansión y se establece allí por temporadas –como dice Sonia Quintana- "sin romper sus propias reglas de ermitaño".