Claudio Bravo,
la realidad hecha metáfora
 
 
 
ABC de España, por Javier Rubio Nomblot, 4 de Diciembre de 1999
 
 
Offertorio, óleo sobre lienzo, 1999.
El realismo -como corriente internacional- ha de vincularse con la Dokumenta de Kassel de 1972 al coincidir con el momento álgido de este enésimo ismo a nivel mundial, El hiperrealismo siempre nos ha parecido el lugar en el que indefectiblemente había de desembocar el pop; tal vez sea incluso el poso, aquello que ha quedado para el arte una vez que lo superficial y efímero desaparece. El pop art explora la sociedad de la alienación y el consumo masivo desde todos los ángulos empleando además aquellos materiales y medios que las factorías ponen a su disposición. Así, del contraste entre lo banal o cotidiano -casi siempre de baja calidad- y una técnica depuradísima nace una pintura sorprendente y conceptualmente jugosa: el realismo o naturalismo renacentista, barroco o neoclásico nos muestra siempre materiales nobles (madera, ropajes, cerámica, paisaje), en tanto el hiperrealismo explora lo barato, lo artificial y, a menudo, lo feo. Se trata sin duda de un choque visual importante.

Claudio Bravo (Valparaíso, Chile, 1936) llega a España a principios de los sesenta y tanto por su exquisita técnica como por su proximidad a los postulados del hiperrealismo americano ejerce gran influencia sobre el pequeño núcleo formado por los realistas españoles.

Sin embargo, este pintor ha ido demostrando en su carrera que sus intereses son muy particulares y que su adscripción al hiperrealismo «duro» es más que discutible: en su obra hay un componente religioso importante, hay sobre todo misticismo, amor, voluntad de trascendencia. Bravo admira y persigue a Zurbarán, quiere como él dar vida a los objetos, aislarlos, sublimarlos... Por eso, sus composiciones han ido simplificándose progresivamente y por eso también los objetos se han convertido en metáforas y, a menudo, en símbolos: si sus característicos «paquetes» representaban dioses mitológicos, las «telas» que ahora expone están referidas a personajes y hechos bíblicos.

El conjunto resulta sin duda impresionante: por doquier, cortinas, telas de colores superpuestas, arrugadas, anudadas o colgadas, narrando cada una de ellas una historia. En el pasillo central, los Doce Apóstoles; más allá, los Magnificat, los Himnos, la Lux Perpetua, la Anunciación... Telas lisas que siempre parecen ocultar algo, que refulgen, que se agitan, pintadas con esmero en sus mínimos detalles. Claudio Bravo ha dado un paso más en su búsqueda de lo eterno: se ha acercado el fragmento, ha logrado que prácticamente desaparezca el objeto reduciendo la composición a una breve serie de planos amplios y, sin embargo, esta obra suya destila -más que nunca- pasión y misticismo, misterio y belleza.

CLAUDIO BRAVO
Galería Marlborough. Madrid
C/ Orfila, 5
Hasta el 8 de enero
De 8 a 107 millones de pesetas